Matar a la bestia. Historia secreta de la Guerra Civil es la guerra que jamás te contaron, una en donde las grandes historias dan paso a aquellas otras protagonizadas por los sin nombre. Singulares, extraordinarias y, en gran medida, desconocidas, que reflejan la movilización total y la generosidad. Batallones de la Muerte anarquistas con huesos y calaveras y hasta cuchillos, imitando a los arditi italianos o Legionarios de la Muerte que marcharon contra los otros, los preparadísimos legionarios del «¡Viva la muerte!». En los primeros meses de guerra, la llamada a las armas fue prácticamente total. Jinetes armados, trenes de «agitación», blindados caseros, gudaris, dinamiteras, dirigibles ardiendo en la Casa de Campo, milicias de mujeres e incluso empleadas de una perfumería empuñaron las armas y se pusieron el ya famoso mono de obrero.
No hubo sector que no crease su particular imaginario antifascista: matarifes, peluqueros o toreros, entre muchos otros, crearon sus propios grupos armados, sin experiencia militar previa, mientras los cabarets sicalípticos seguían abiertos a pesar de los bombardeos y la moralina republicana. Podías ir al cine Durruti y pasear por la avenida de Rusia o la calle Mateo Morral. Contra tropas africanas, italianas o alemanas, armas caseras, arte surgido entre los escombros, revistas de agitación, Escuelas de Chóferes de Mujeres Libres, «brujas» y ciclistas antifascistas.